La formación integral de las personas es un aspecto que motiva y moviliza a todas nuestras comunidades educativas. Ese proceso conlleva un conjunto de desafíos para la labor docente, no siempre fáciles de compatibilizar, como la elaboración de las planificaciones; la implementación del currículo con su amplio conjunto de objetivos de aprendizajes; la organización de las actividades de celebración que dan identidad a cada establecimiento, y las características particulares de cada una y cada uno de nuestros estudiantes, de forma individual y como curso, entre muchos otros.
No obstante, esta formación integral no puede ser postergada y es necesario enfrentar este desafío con creatividad. Cuando hablamos de integrar los derechos humanos en las aulas no estamos determinando a aumentar los contenidos, puesto que este trabajo no debe ser una nueva exigencia que sobrecargue nuestro trabajo docente ni el proceso de aprendizaje de nuestros estudiantes.