Las tecnologías de la información y la comunicación en la vida cotidiana rigen y condicionan las prácticas y actividades humanas en muchos niveles. A pesar de esta recurrencia actual, existe una marcada tendencia para encontrar aún posturas antagónicas sobre los cambios que van aconteciendo en las sociedades, y sin importar que el lector le tenga fobia a la tecnología, es indiscutible que el desarrollo técnico ha acompañado a la humanidad desde hace mucho tiempo.
En la actualidad, se reconoce que existe un tipo de tecnologías que son especialmente educativas, sin embargo, aquí se apuesta por aceptar que las tecnologías tienen un potencial educativo y de aprendizaje. En este sentido, tanto una pizarra, como un lápiz, como un proyector, como una conexión a Internet, o un libro, son tecnologías que potencian el aprendizaje; en todos esos casos hay historia evolutiva que antecede su significación. La clave es entender que las tecnologías poseen disposiciones que les permiten tener mayor o menor potencialidad educativa y de aprendizaje, pero que son los sujetos, los actores sociales, los que actualizan esas posibilidades a partir de interacciones y actividades específicas.
Martín-Barbero sugería, que un elemento determinante de las relaciones sociales es el tránsito de una sociedad donde el conocimiento legítimo estaba asociado a un “sistema educativo” con instituciones, grados y reglas, medios y lenguajes muy específicos para realizar la educación, a una situación donde esta se puede efectuar en cualquier lugar, en cualquier momento, a través de varios lenguajes y medios, bajo condiciones muy diferentes a aquellas que mediaron lo que hoy se puede llamar “el modo escolar de educar”, el “modo institucional de construir conocimiento” y el “modo letrado de aprender”. Educar y aprender ya no es potestad exclusiva de las instituciones académicas formales. Reflexionar los procesos educativos implica reconocer como punto inicial que hay educación y aprendizaje más allá de las aulas y las escuelas.



