La figura fundamental de la educación en el mundo contemporáneo parece ya un lugar común que nadie lucha. El periodo de la información y de la incertidumbre requiere ciudadanos capaces de entender la complejidad de situaciones y el aumento exponencial de la información, así como de ajustarse creativamente a la velocidad del cambio y a la incertidumbre que le acompaña.
Además, se ha transformado en lugar común de la idea generalizada de insatisfacción respecto a la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje que tienen lugar en los instituto educativos contemporáneo. El voluminoso índice de abandono temprano de los estudiantes más necesitados, sin ni siquiera terminar con la etapa obligatoria, y la alcance de los contenidos que se aprenden para pasar exámenes, pero que no incrementan el conocimiento útil que aplica cada ciudadano a la mejor comprensión de la compleja vida cotidiana, personal, social y profesional, reaparecen las miradas de la sociedad hacia la transformación drástica de un dispositivo escolar mejor adaptado a los requerimientos del siglo XIX que a los desafíos del XXI.
Frente a las demandas, la figura del docente como catalizador de los métodos de enseñanza-aprendizaje se sitúa en el eje de atención y discusión. Si la institución educativa tiene que responder a nuevas y complejas exigencias, la formación de los docentes ha de afrontar retos similares para responder a tan importantes y novedosos desafíos.
Con seguros ajustes, la formación de los estudiantes y la formación de los docentes, responden a unas mismas exigencias y requieren propuestas y estrategias de formación similares. La construcción del pensamiento práctico, de las competencias cualidades humanas, que orienta y administra la interpretación y los modos de interponerse sobre la realidad, se presenta como el verdadero objetivo de la mediación educativa y no puede considerarse un proceso similar al que conduce a la elaboración del conocimiento teórico, ni una simple y directa aplicación del mismo. El carácter fugaz y situado del conocimiento académico que los estudiantes adquieren en la institución educativa, ya sea en la enseñanza primaria o en la universitaria, es la consecuencia y entre otros factores, de su insuficiente excelencia para contribuir a formar el pensamiento práctico, los modos de entender, sentir y actuar de cada individuo en la vida cotidiana.
Los seres humanos desde temprana edad adquieren significados que asocian, relacionan y agrupan en bosquejos de interpretación, anticipación y planificación que, con independencia de su educación científica, sus vacíos y contradicciones, orientan su comprensión, sus emociones y sus comportamientos en un sentido determinado. La relación entre la práctica y la teoría, entre Frónesis (sabiduría) y episteme (conocimiento), entre intuiciones y razonamientos, entre las circunstancias y situaciones del contexto y el desarrollo de estructuras internas de comprensión y acción, son la clave para comprender este proceso.
Los estudiantes contemporáneos crecen y viven saturados de información y rodeados de inseguridad, por tanto, el reto de la formación del estudiante contemporáneo se sitúa en la dificultad de transformar las informaciones en conocimiento, es decir, en cuerpos organizados de proposiciones que ayuden a comprender mejor la realidad, así como en la dificultad para transformar ese conocimiento en pensamiento y sabiduría.