Las instituciones educativas persistentemente han tenido en su misión organizativa, el desarrollar una formación integral para sus estudiantes. Sin duda, entre los objetivos fundamentales ha estado el desarrollo social de los educandos, aunque posiblemente no haya sido hasta recientemente, cuando los institutos educativos han emprendido a preocuparse por la medición y evaluación de los logros obtenidos.
No obstante, para instruir es necesario desear enseñar, tener el propósito. A veces la formación se decanta fuertemente hacia lo intelectual, llena de materias y conocimientos importantes, y en ocasiones lejanos de la realidad cotidiana del mundo laboral. Otras veces, la formación se limita a una trasmisión de saberes concretos, lo que llamamos trucos del oficio, válidos para un entorno pequeño en el espacio y breve en el tiempo. La profesión docente conlleva varias funciones: programar el proceso de enseñanza-aprendizaje para un grupo de educandos, evaluar el aprendizaje integral: conceptual, actitudinal y procedimental, evaluar su propia acción y otras acciones formativas, formular el proceso de desarrollo y hacer un seguimiento del desarrollo y transferencia del aprendizaje al mundo laboral, personal y social. Y, teniendo en cuenta que todo el proceso ocurre en unas coordenadas espacio-temporales, en una realidad socio-política, dentro de un plan de formación.
La adopción del modelo por competencias en la educación supone, para el educador, mover el foco de la enseñanza al aprendizaje. Definiendo el Aprendizaje de acuerdo al autor Schunk, como un proceso que permite captar, codificar, relacionar y almacenar nueva información con aquella ya integrada en la memoria a largo plazo; el procesamiento de la información así entendido, está implicado en todas las actividades cognitivas, sea el pensamiento, la resolución de problemas, el olvido, el recuerdo, etc.
Desde esta perspectiva, el autor Cano señala que, debe darse un cambio de cultura, una revisión de cómo se entiende la función docente: facilitadores de oportunidades de aprendizaje y crecimiento, es necesario buscar vías para promover el trabajo autónomo del estudiante, tales como el trabajo cooperativo, el debate, la solución de problemas, el trabajo por proyectos, simulaciones, análisis de casos… y posteriormente evaluar el aprendizaje sobre este trabajo autónomo.
En síntesis, al cambiar el modelo de formación en educación, la evaluación debe ser revisada y adaptada. La evaluación es un punto especialmente importante. Para que tenga validez el diseño formativo, la evaluación ha de ir en consonancia con los objetivos de la enseñanza y las competencias a desarrollar a través de una metodología didáctica. En otras palabras, se hace necesario verificar si el desarrollo de las competencias ha sido el planificado en el diseño formativo.