La mejor réplica para el ímpetu docente tiene que ver con el desafío y la pasión del estudiante por aprender. Algunas de las ideas centrales de Paulo Freire están relacionadas con ciertos elementos en torno al quehacer creativo del aprender:
- El aprendizaje como desafío.
- El placer por generar y construir aprendizajes.
- El aprendizaje como fomentador de pasión y compromiso vital con la transformación.
Estas ideas están abiertas a los docentes, en la medida que son saberes solicitados por la práctica educativa en sí misma. Es decir, es la práctica educativa la que demanda saberes necesarios por parte de los docentes. No son saberes abstractos y generales para cualquier persona, sino saberes exigidos desde los temas, problemas y situaciones concretas que los docentes viven cotidianamente.
Enseñar requiere de condiciones y requerimientos que hacen posible la enseñanza. Estos requerimientos existen antes de que la enseñanza se ponga en práctica. No son los resultados de lo que produce o debe producir la enseñanza ni la aplicación de unas determinadas reglas o métodos de enseñanza. Por el contrario, son exigencias necesarias, fundamentales, indispensables para que sea posible enseñar algo a alguien. Por eso no forman parte de una receta ni un conjunto de normas que hay que aplicar formal o mecánicamente. Son fundamentos, criterios, perspectivas, opciones, posicionamientos y convicciones, que están en la base que le otorga sentido al enseñar.
Esta perspectiva es enfrentada a la que comúnmente marca las inquietudes de muchos docentes:
- La de buscar herramientas.
- Técnicas.
- Métodos con pasos bien delimitados y estructurados.
- Orientaciones listas para aplicar y así cumplir con los requisitos de una buena práctica educativa.
Paulo Freire tiene aportes fundamentales: su proposición metodológica de alfabetización constituyó una revolución respecto a los métodos que se utilizaban anteriormente. Pero ello es sólo una parte pequeña de sus contribuciones. Además, sus aportes metodológicos, antes que elaboraciones puntuales y acotadas, son sólo una consecuencia de sus aportes filosóficos, de la epistemología dialéctica y liberadora que caracteriza su pedagogía y que responde a un posicionamiento ético y político.
Pensar al docente en su rol como retador supone identificarlo como actor en el proceso de enseñanza, es decir, un sujeto activo y comprometido con las personas con quienes trabaja, con su contexto, sus dilemas, sus opciones y alternativas posibles. Por eso, tal vez el primer desafío viene por parte de los estudiantes hacia los docentes. Son ellos quienes desafían con sus preguntas, sus intereses, sus conocimientos, afirmaciones o negaciones sobre los contenidos a trabajar, su percepción sobre los docentes: sobre el rol, capacidades, comportamientos.
Ahora bien Cuando el estudiante puede cambiar el marco y experimentar con las herramientas que domina, estará efectuando sus verdaderos progresos. No se trata sin embargo de un momento atado a una variable exclusivamente temporal y lineal, sino a las condiciones inherentes al vínculo que se establece entre docentes y estudiantes. Tampoco implica, como se verá, un requisito excluyente del campo disciplinar de referencia.
Sentirse desafiados por los estudiantes con quienes trabajamos, es quizás la primera actitud democrática que podemos poner en práctica para generar condiciones y disposiciones de aprendizaje. Lo hacemos cuando se asume y promueve una actitud dialógica, generando las posibilidades para el aprendizaje, cuando admitimos que no sabemos absolutamente todo sobre los contenidos a tratar; cuando aceptamos que los estudiantes tienen sus saberes, sus interrogantes y sus exigencias; pero, a la vez, cuando se sabe que se pueden enfrentar este desafío porque se han preparado lo mejor posible: se tiene criterios, herramientas y procedimientos para abordar con creatividad y rigor el tema en cuestión. En síntesis, asumir y promover una actitud dialógica, antes que declarativa y prescriptiva, se constituye en una actitud docente construida en el tiempo.