Las habilidades sociales y emocionales sólo pueden ser corregidas cuando se trabajan intensiva y extensivamente, a lo largo de todas y cada una de las horas de clase, por todos y cada uno de los docentes. No se pueden esperar sucesos cuando la oferta educativa sólo contempla unas pocas gotas de socialización en forma de algunas horas de tutoría a lo largo de un curso que dura muchos meses, mientras la calle, los amigos, Internet y la televisión no cesan en su torrente continuo de influencias, momento a momento, vivencia a vivencia.
La socialización es un proceso continuo en el que intervienen los agentes que quieren y pueden hacerlo. La institución educativa, ¿Qué hace por socializar? No hablamos de calidad, aún no hablamos de calidad. Hablamos de cantidad: ¿Cuánto tiempo y cuántos esfuerzos dedican los docentes a educar estas facetas del individuo? Poco, generalmente muy poco. Pero no sólo se trata de dedicar más tiempo. Se trata de dedicarle la importancia que merece y hacerlo bien. Si no se convence al docente antagónico con pruebas, con logros claros, rápidos y fácilmente perceptibles, se desmarcarán rápidamente y se dirigirán sus críticas destructivas hacia cualquier intento por educar lo no académico.
El tratamiento transversal sólo es posible cuando va unido a la simplicidad y la economía de esfuerzos. Lo complicado no funciona. Los docentes lo han de ver fácil y sencillo de aplicar, sin demasiadas exigencias adicionales a su ya sobrecargada mochila de asignaciones profesionales. Ya tienen demasiadas asignaciones, estructuras y procesos en el devenir cotidiano de un centro para complicar más las cosas. La única vía, a nuestro juicio, que cumple con este principio de economía, es la que se basa en estrategias-flash o cuñas emocionales, es decir, breves y sencillas intervenciones del docente, previamente planificadas, que no requieren una preparación especial y se pueden aplicar en unos pocos segundos y sin necesidad de material específico complicado de entender y aplicar.
Se ha comentado más arriba que los conflictos no son sino muestras de carencias en competencias socio-emocionales de los estudiantes o/y los docentes. Desde este punto de vista, no se pueden separar del currículo, y sin embargo se suele caer a menudo en esta tentación. Por un lado se identifica rendimiento escolar con rendimiento académico, excluyendo todos los logros en competencias socio-emocionales de lo curricular y dándole un tratamiento marginal y simplemente propedéutico, al servicio de “lo importante”: el rendimiento académico-intelectual, recurriendo al ámbito socio-emocional sólo como emergencia ante situaciones conflictivas generalizadas o de especial gravedad.
El desarrollo de competencias socio-emocionales debe tener un lugar destacado en todos los ámbitos del desarrollo curricular, pues toca de lleno una serie de capacidades totalmente transferibles a la vida profesional y activa de los futuros ciudadanos que son los estudiantes: el autocontrol, la fuerza de voluntad, la capacidad de liberar esfuerzo, la responsabilidad o la tolerancia, son ejemplos de capacidades entregables, susceptibles de ser mejoradas mediante un trabajo serio y riguroso, que no tiene por qué ser complicado y farragoso.
Así se restablecería el equilibrio tradicionalmente roto a favor de lo intelectual en detrimento de lo socio-emocional, cuando la mayoría de conflictos intra e interpersonales, así como los futuros tropiezos personales y profesionales se suelen deber más a carencias socio-emocionales que intelectuales.
Los aprendizajes sociales momento a momento, de forma vivencial, internalizando todas las experiencias vividas u observadas y construyendo hábitos y actitudes pro-sociales o anti-sociales. Es el método inductivo-vivencial el que le va socializando. En el aula no se puede ir contra corriente. No se debería fundar el uso exclusivo de tutorías y programas de habilidades sociales, que pecan del uso de problemas hipotéticos, descontextualizados, cuando al estudiante se le presentan diariamente innumerables problemas reales que podrían ser aprovechados para socializarle adecuadamente.
El método inductivo consiste en aprovechar cualquier situación que se presente en clase con implicaciones socio-afectivas (un roce, un conflicto, una discusión, una agresión, una actitud apática u obstruccionista) para abordarla desde una perspectiva educativa, formativa y proactiva, es decir considerándola como una ocasión para aprender y practicar habilidades sociales y emocionales.
Realmente no se trata de un tratamiento incidental en el que se improvisa y se actúa intuitivamente para salvar cada situación, sino que está precedido de una preparación socio-emocional del docente, que debe haberse abastecido previamente de estrategias, actividades y recursos que irá aplicando conforme se presenten las situaciones problemáticas.
Las ventajas respecto a las otras vías:
- Se puede aplicar de forma generalizada, por todos los docentes a todas horas persistentemente, especialmente cuando se han unificado previamente criterios de aplicación, principios de actuación y estrategias de intervención, lo que proporciona credibilidad y coherencia. Supone una clara ventaja sobre el tratamiento tutorial, que limita estos contenidos a unas cuantas sesiones al año impartidas por un solo docente del equipo docente, lo que a todas luces es insuficiente.
- Al tratar los contenidos socio-emocionales de forma contextualizada y práctica, son más transferibles a la vida cotidiana.
- No necesita una dedicación horaria muy extensa, al limitarse a intervenciones breves, más o menos frecuentes en función de la problemática de cada clase.
- No necesita una preparación teórica excesiva por parte del docente ni una coordinación compleja.