La profesión del docente universitario está cambiando. Al profesorado actual se le exige capacidad de movilidad, intercambio con colegas de otras universidades nacionales y extranjeras. Se le requiere dominio del uso de las tecnologías, se le pide que modifique las formas de transmisión del conocimiento centrándose mucho más en las actividades de los alumnos que en el conocimiento a transmitir, se le pide que capacite a los alumnos, etc. En definitiva, la profesión docente del siglo XXI poco tendrá que ver con la imagen clásica del profesor subido a la plataforma e impartiendo su clase frente a un grupo de alumnos. Pero todavía hay un largo trayecto por recorrer y, en este trayecto, la formación se hace cada vez más necesaria.
La formación del profesor universitario durante muchos años ha predominado un modelo personal/artesanal de ejercerla. Sin embargo, existe también en la actualidad un peligro unificar los modelos y metodologías docentes, como si todos los profesores tuviéramos que utilizar una misma metodología y seguir un mismo modelo. Obviamente, ni todos los alumnos, ni todos los profesores son iguales. En este sentido, es interesante recuperar lo que el viejo Kant recomendaba en relación a la docencia. Un planteamiento docente excesivamente escorado hacia las disciplinas y los intereses de los profesores e ignorante de los conocimientos e intereses de los estudiantes, conduce a esas cabezas capaces de respuestas disparatadas en los exámenes que recogen de vez en cuando algunas publicaciones de desaprobación y entretenimiento.
Lo que propone Kant es todo un programa para la formación que considera a profesores y a estudiantes y que mostramos como motivo para la reflexión. Supongamos que este cuadro es correcto para describir a nuestros estudiantes. ¿Y si, además, lo consideráramos aplicable al desarrollo profesional de los docentes universitarios?
Por ejemplo, el profesor principiante lleva consigo algunos juicios intuitivos de experiencia que le llevan a un cierto entendimiento de la situación didáctica. Este tipo de juicios se derivan, en su mayoría, de experiencias previas como alumno, o como becario de investigación o profesor ayudante en el mejor de los casos. A partir de aquí, son más bien raras en la universidad las situaciones de formación graduada y acompañada para estos profesores, pues, como sabemos, a la mayoría “se les echa a los leones”. Poco a poco, con muchas inseguridades y bastantes malos ratos, los profesores pueden ir construyendo conceptos al ir formulando, ordenando y relacionando juicios puntuales.
Es decir, pueden ir construyendo teorías personales sobre su función docente y educadora. Con el tiempo, paso a paso y desde la experiencia, la reflexión y el estudio, tendremos profesores “expertos”, algo así como con “ciencia” (un saber práctico) de la docencia, en suma capaces de un buen ejercicio profesional.
En definitiva, en la formación de los nuevos profesores se trata de plantear un aprendizaje pegado a la experiencia. Y también de insistir en que debe abandonarse la idea de un modelo único para todos, pues cada profesor debe ir construyendo su identidad profesional. Es importante, como decíamos en el capítulo final de nuestro informe, promover condiciones para la formación de profesores considerados como profesionales reflexivos y autónomos. En este sentido, la idiosincrasia personal y las experiencias docentes previas son justamente el material base a trabajar, sobre el que se va a evolucionar.
Por otra parte, el cambio que supone promover dinámicas más centradas en el trabajo del alumno, con un componente mayor de descubrimiento y exploración, no parece posible más que en los últimos cursos de las carreras, o en el tercer ciclo de las mismas, donde el profesor tiene un número más ajustado de alumnos, donde el seguimiento de los mismos no le ocupa todo su tiempo de estudio e investigación. En general en los primeros ciclos, donde los alumnos son muchos y muy jóvenes, y, infortunadamente a menudo, los profesores son escasos y principiante o poco expertos, es difícil de imaginar un proceso demasiado abierto de indagación intelectual y de desarrollo docente en este sentido.
Así pues tanto los alumnos como los profesores tienen su proceso de maduración y han de aprender a serlo, es decir a ser estudiante y a ser profesores. Y desde luego no todos van a seguir el mismo camino dentro de la universidad, a lo largo de los años, de sus especialidades y asignaturas. Es evidente la falta de apoyo que reciben los profesores cuando empiezan su trabajo universitario. Sin embargo, creemos que si esta situación no cambia, el problema se va a ir agravando porque la propia tarea docente se va haciendo cada vez más compleja ya que van a convivir diferentes formas de enseñanza muchas de las cuales requieren una buena formación no sólo en el contenido a trabajar sino en la metodología a utilizar.
Los cambios necesarios son más de orden simbólico que de creación o modificación de estructuras y reglamentos. Tenemos ya suficientes normas y burocracias. Lo que debe cambiar es la valoración de la docencia, la exigencia sobre la misma, el apoyo humano y técnico a los profesores principiantes, la implicación de los profesores experimentados en la mejora de la calidad docente, la búsqueda de espacios y tiempos para compartir, intercambiar y debatir experiencias docentes, objetivos educativos, aportaciones a la sociedad. La universidad es una institución llena de profesores pero sin una verdadera cultura docente. Y la cultura como sabemos no se hace por decreto, sino por compartir proyectos.