Infinidades de veces hemos tratado de confortar a alguien que ha tenido algún efecto negativo en su vida con expresiones como: «míralo por el lado bueno», «no hay mal que por bien no venga», «trata de verlo por la otra cara», etc. Todas estas expresiones son la traducción de un espíritu optimista y constructivo que lleva a considerar el vaso medio lleno, cuando está en la mitad, en lugar de considerar que esta medio vacío.
Tratemos de dar un paso más en la consideración constructiva del error, descubriendo su lado creativo aliándose con el azar en múltiples descubrimientos científicos, en su utilización artística y creadora, en la composición literaria y como no, valiéndonos del como estrategia didáctica de ideación. Lo impredecible, lo absurdo, lo alejado de la realidad (irreal), lo erróneo o fallido, puede conducirnos a realizaciones creativas.
En cualquier práctica humana contamos siempre con algo dado y con algo modificable. El hombre, como ser sujeto a cambios y agente de cambios, viene condicionado en sus capacidades y en su disposición a mejorar por lo impredecible del azar que le acompaña. Pero esta es una cara; la otra es que la acción educativa es capaz de modificar estas condiciones convirtiendo las potencialidades (predisposiciones o posibilidades) en verdaderos potenciales, la actitud de autosuperación en esfuerzo constante dirigido a un determinado objetivo, y el azar en punto de reflexión para reconvertir lo imprevisto en un nuevo foco de ampliación para nuevos intereses.
El error, por el contrario, tiene su lado bueno o positivo. La literatura está llena de expresiones que asumen el error como un hecho humano natural, e incluso como principio de mejora. Algunos ejemplos:
- “Un error es tanto más peligroso cuanta más verdad contiene» (F. Amiel).
- «Errar es cosa propia de cualquier hombre, pero perseverar en el error sólo es de necios».
- «El hombre yerra mientras busca algo» (Goethe).
- «Todos nos equivocamos, pero cada cual lo hace a su modo» (Lichtenberg, escritor satírico alemán).
- “Aprendemos a ser sabios más por el fracaso que por el éxito» (Smiles, moralista ingles).
- «El error es una planta resistente: florece en cualquier terreno» (M. Tupper, escritor ingles).
La atención negativa del error es un indicador más del paradigma positivista. Siendo el éxito, la eficacia, el producto, el criterio desde el que se analiza el aprendizaje, resulta natural que todo elemento entorpecedor, como es el error, debe evitarse. Por ello la enseñanza programada de Skinner propugna pequeños pasos, a fin de que el estudiante no cometa errores. El error desanima y aleja de la meta. Un punto de vista coherente si se entiende la instrucción como resultado. El error, al igual que la interferencia, es estudiado como obstáculos, como situaciones negativas que es preciso evitar.
Debemos ver el aprendizaje, la formación, como un proceso en el que la característica principal sea la indeterminación. En este sentido, el error acompaña inevitablemente al proceso. Las mediaciones del educador no pretenden allanar el camino de dificultades, ni evitar los errores, ni provocarlos, sino utilizarlos cuando surgen. De este modo, la afirmación de que: el error desanima o distancia” se transforma en: “el error atrae la atención del educador y del estudiante”. El educador puede llegar a utilizarlo didácticamente como situación de aprendizaje, ya que el estudiante suele estar interesado en averiguar por qué algo no sale bien o por que se ha equivocado. El error presupone algún tipo de aplicación previa. No hay error cuando no se actúa. De este modo se pasa de la evitación sistemática del error (aprendizaje como dominio de contenidos) a su utilización como estrategia para la enseñanza-aprendizaje de procedimientos.
Es preciso comenzar a construir puentes reales entre las teorías pedagógicas y la realidad del aula. El error es, a mi entender, uno de esos conceptos clave, al igual que las asignaciones, que permiten hacer de palanca hacia el cambio. No se trata de inventarlo, sino de reconceptuarlo.
Porque el error está ahí, en cualquier asignación o ejercicio en el aula de clase, en cualquier evaluación o examen, solamente necesitamos tomar conciencia de su valor positivo como instrumento innovador. Basta con dar nuevo significado a una realidad tan difundida como distorsionadora en muchos procesos de aprendizaje. El “error” es una variable afín al proceso educativo, porque no es posible avanzar en un largo y desconocido camino sin equivocarse. Dicho esto drásticamente: no hay aprendizaje exento de errores. Es preciso hacer patente este concepto sumergido durante múltiples generaciones en el currículo oculto. Porque el concepto de «error» sigue generando conductas negativas en el estudiante y en el educador aunque no seamos conscientes de ello.
El error, como afirmación negativa del aprendizaje, no solamente forma parte de este paradigma compartido, sino que a través de este penetramos en los pensamientos, en los mecanismos y estrategias de enseñar y aprender. Y lo que es más importante: nos brinda un camino para pasar de un paradigma centrado en los productos a otro que atienda a los procesos. «La puesta en práctica de estas innovaciones proporciona un ‘lugar estratégico’ para estudiar los paradigmas funciónales», escribe Crocker. Es, a nuestro entender, el punto de apoyo para pasar de una pedagogía del éxito, basada en el dominio de contenidos, a una «didáctica del error», centrada en los procesos, estrategias y procedimientos.
Asimismo, la actitud creativa permite transformar el fracaso en acierto. En tanto que la pedagogía del éxito atiende básicamente a los resultados, la didáctica del error lleva implícita la reflexión y revisión de tareas tanto del educador como del estudiante. El error demanda dialogo y por consiguiente incide tanto en la metodología como en la interacción educador-estudiante. Esta nueva perspectiva obliga a modificar o complementar el rol transmisor del docente con otro en el que tenga cabida la cooperación y ayuda en la solución de problemas.
Mediante la consideración didáctica del error, tanto el educador como el estudiante pueden beneficiarse obteniendo información útil sobre el proceso seguido. ¿Qué indica el error al educador? ¿Qué indica el error al estudiante? Hemos de concebir el error como un síntoma y no como un mal. Del mismo modo que la fiebre nos alerta de posibles infecciones, los errores en el aprendizaje nos informan de estrategias inadecuadas, de lagunas en el conocimiento, de fallos en la comprensión, de lapsus en la ejecución, etc. El buen médico no se limita a eliminar la fiebre, el dolor o las palpitaciones, sino a valerse de ellos para diagnosticar el origen del mal. Tal vez el ejemplo no sea del todo adecuado, pero nos ayuda a entender el valor diagnóstico del error.
El error, al igual que la interrogación didáctica, son potentes estrategias en manos del educador experto, para desarrollar operaciones cognitivas. No precisan de grandes recursos, ni aparatos, ni ayuda externa, ni espacios, ni medios económicos. Son estrategias que dependen básicamente de la formación y voluntad del docente. Si la forma habitual de preguntar del educador puede estimular más la memorización, aplicación, análisis o evaluación, el análisis de los errores cometidos por el estudiante le proporciona información útil para una ayuda diferenciada. No se puede generalizar el juicio sobre los errores de los estudiantes.
De este modo se da el salto de la afectación negativa del error, de su substracción de los aprendizajes, a la conciencia de su valor positivo, de su posible utilización didáctica, del conocimiento de sus tipos y su relación con las diferencias individuales. De la secuencias de asignaciones bajo el criterio prevalente de sustracción del error, se pasa a la planificación de procedimientos o problemas que lleguen a funcionar, tratando de identificar los obstáculos o errores.
EL ERROR FORMA PARTE DEL DESARROLLO HUMANO.