EL BAMBÚ Y LA EDUCACIÓN.

Realmente, Educar es un acto de transmisión total de conocimiento, de generosidad, es una hermosa misión en la vida que todos tenemos para los niños. Ya sea como el rol de padres, madres, docentes, etcétera., donde nos debemos esforzarnos en dar brillo y valor a esas vidas que serán nuestro futuro.

Al comparar la labor de la educación con la semilla de la planta del bambú japonés, al observar cómo se desarrolla esta planta, nos damos cuenta de la gran importancia que tiene educar a los niños desde su nacimiento.
El crecimiento de esta planta guarda un gran misterio, pero realmente su misterio nace, cuando se siembra una semilla de este tipo de bambú, se puede observar que durante los primeros seis años no se observa ningún cambio aparente, pero cuando alcanza el séptimo año el bambú puede llegar a crecer, en tan solo seis semanas, más de treinta metros de altura. Pero, ¿Que le ocurre al bambú desde que lo plantas hasta que nace la primera hoja? La respuesta es sencilla. Durante los primeros seis años, el bambú forma un complejo sistema de raíces que le permitirán sostenerse en su crecimiento a lo largo de la vida.
Cuando emprendemos con esta tarea tan extraordinaria, la de educar, lo debemos asumimos desde el corazón, es decir con un fuerte amor. Realizar las cosas con amor implica hacerlo desde el cariño, con afecto, con entusiasmo. Lo que puede presumir un gran esfuerzo y ser percibido como algo duro y difícil pasa a ser vivido como dulce y suave. Asimismo, cuando las actividades las hacemos con amor suelen salir mejor, y los resultados tienden a ser más óptimos.
Otro aspecto, que se debe tener en cuenta cuando se educa, es que debe observar al niño como un todo, de manera integral, desde una visión holística. El ser humano es el complemento de tres dimensiones inseparables: emoción, pensamiento y acción; por lo tanto, cuando educamos, debemos hacerlo teniendo en cuenta estas tres dimensiones del niño.
Educar involucra, ayudar a saber ser, saber convivir, saber aprender, saber pensar. Cuando esparcimos la semilla de la educación en los niños desde pequeños podemos lograr:
  1. Que aprendan a conocerse a sí mismos,
  2. Aceptarse tal como son,
  3. Aprender a tomar la responsabilidad de pensar,
  4. Opinar por sí mismos, a tener un criterio propio.
  5. Comprender que son uno, pero parte de un todo, de un mundo colectivo y social.
  6. Encuentran el aprendizaje como algo motivador, disfrutan conociendo sabiendo, investigando.
Y ahora, conociendo todo lo anterior, debemos sentirnos afortunados de poder dispersar la semilla de la educación. Estar agradecidos de ser docentes de la vida y poder transmitirlo. Como decía Karl A. Menninger “Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña.”. Consigamos que los niños den lo mejor de sí mismos.