La etnografía permite a los investigadores describir y comprender el comportamiento humano de una unidad social concreta. Esta puede desenvolverse en cualquier entorno, y los etnógrafos a través de la observación directa podrán predecir, con el almacenamiento de datos, patrones de conducta que facilitará la comprensión de las personas que son objeto de estudio.
“La etnografía tradicional se ha caracterizado por considerar la interacción cara a cara como la más apropiada: el investigador viaja al lugar y, en presencia física, se comunica directamente con los participantes de su estudio. El etnógrafo se trasladará a vivir y trabajar, por un determinado período de tiempo, al campo de investigación” (Hine, 2000), aunque existía la incertidumbre de conseguir esas mismas expectativas si el etnógrafo se sumerge en un entorno virtual, e incluso, Lindlof y Shatzer (1998) hablaban de ir en contra al ethos etnográfico. Es por ello, que con la llegada de las comunidades mediadas por ordenador se debe repensar el rol que ejercerá el etnógrafo dejando de un lado su presencia física como fundamento de la etnografía.
El autor Murthy (2008) en su paper ‘Digital Ethnography: An Examination of the Use of New Technologies for Social Research’ exploraba las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen para realizar etnografía virtual sin dejar de lado la etnografía física, si no que su análisis se centraba en la complementariedad de la etnografía física y la etnografía digital. En este sentido, las TIC han propiciado ese modo de interactuar con los individuos, sin limitaciones físicas, temporales, de conectividad, etc. y de ahí nace el interés para conocer y estudiar cómo interactúan los individuos en Internet y, según Mason (1999) de qué manera estas prácticas son significativas para la gente.
Así, Ardèvol et al (2003) analizan la etnografía virtualizada desde el punto de vista de la observación participante y la entrevista semiestructurada en línea. Parten de una etnografía virtual como tal, y para ello describen a partir de diferentes autores y de la cita contextual de Hine (2000): La etnografía virtual permite un estudio detallado de las relaciones en línea, de modo que internet no es sólo un medio de comunicación, sino también un artefacto cotidiano en la vida de las personas y un lugar de encuentro que permite la formación de comunidades, de grupos más o menos estables y, en definitiva, la emergencia de una nueva forma de socialbilidad (Reid, 1994; Clodius, 1995; Turkle, 1995; Baym, 1995; Hamman, 1998; Rutter, 1999; Lopes, 2000).
En cuanto al espacio de trabajo, en etnografía tradicional pueda resultar, según qué comunidad, más incómoda la presencia del etnógrafo, y, por tanto, dificultar el trabajo de campo. En la observación virtual puede pasar más desapercibida la figura del etnógrafo. Asimismo, el acceso al campo de trabajo, por experiencia, resulta ser más dificultosa en la observación tradicional que en la virtual. En el entorno virtual, a veces tan solo con el simple registro a la comunidad el etnógrafo ya puede navegar dentro de ella. En la etnografía tradicional es condición indispensable el contacto previo antes de acceder en la comunidad, salvo en el caso que está etnografía tradicional confluya en un espacio público.
En síntesis, si comparamos los diferentes entornos sobre los cuáles podemos desarrollar un trabajo de campo etnográfico, tradicional o virtual, nos encontramos con algunas similitudes que hacen que indiferentemente del entorno por donde nos desenvolvemos deberemos actuar de un mismo modo. Así, por ejemplo, cuando hablamos de ética de campo, sea cual sea el entorno de campo es aconsejable no encubrir nuestro objetivo y solicitar el consentimiento informado ya sea a administradores o actores de relevancia de dentro de la comunidad. Según el objetivo de la investigación será más o menos necesario ser más transparente con estos ‘porteros’ o administradores.