En la actualidad, los estudiantes se encuentran desvalidos y carentes del apoyo necesario que debe proveer el adulto para permitirles procesar las situaciones que exceden su capacidad de elaboración. El influjo de relaciones equilibradas entre padres e hijos, o peor aún, de correspondencias invertidas, conlleva al peligro de educandos faltos de los cuidados imprescindibles para su desarrollo psíquico.
En la era en que predomina la tecnología de la comunicación es interesante que en las relaciones humanas reine el silencio, tanto de parte de los adultos, a quienes se les dificulta tanto escuchar a los estudiantes como proporcionarles elementos que les permitan poner en palabras lo que sienten, como de parte de los jóvenes carentes de la capacidad de decir, expresan sus afectos con conductas impulsivas.
El autor Donald Winnicott es uno de los autores que se ha ocupado de estudiar el tema de la agresión en el niño vinculada con la estructuración del psiquismo. Algunos conceptos importantes de la teoría winnicottiana son los de: falso self, objeto y fenómenos transicionales, y su particular perspectiva sobre la agresión. Para Winnicott el verdadero self se describe al aspecto más singular de cada ser humano, a lo original de cada uno y lo más auténtico. Se basa en el gesto espontáneo del bebé vinculado con su omnipotencia.
La agresividad, constituye una fuerza vital, un potencial que trae el niño al nacer y que podrá expresarse si el entorno lo facilita, sosteniéndolo adecuadamente. Cuando esto no sucede el niño reaccionará con sumisión, teniendo dificultad para defenderse, o con una agresividad destructiva y antisocial.
Actualmente podemos pensar la hiperactividad de algunos estudiantes como resultado de que su ambiente no proporcionado en el desarrollo de su motilidad primitiva, que se expresa entonces como una descarga de ansiedad que no lleva en sí misma una intención de daño, pero que puede implicarlo como consecuencia de cierta torpeza motora que ocasiona perjuicio en el otro.
A partir de nuestra experiencia hemos observado que cuando los padres tratan de satisfacer todos los deseos de sus hijos impiden que se exprese esa motilidad-agresividad tan necesaria para su desarrollo. De hecho, sabemos que la famosa edad de los berrinches, entre los dos y tres años, sirve para que el niño exprese, con su oposicionismo, su incipiente identidad, diferenciándose de los demás. Del mismo modo, la rebeldía del adolescente puede estar al servicio de la reafirmación de su nueva identidad.
En la institución educativa, que es el primer lugar de socialización fuera del hogar, es donde se evidencia la agresión inmotivada y compulsiva de algunos infantes que responden violentamente, aunque no actúe ningún estímulo real para ello, como producto de vivenciar al mundo como un peligroso agresor. El origen de esta conducta puede radicar también en la mala relación entre los padres, de modo que el niño incorpora este modelo de violencia y luego lo actúa por identificación con ellos.
Winnicott considera que la agresión reactiva también puede manifestarse de maneras menos evidentes. La relación de maltrato entre padres que se agreden con frecuencia puede llevar a que el hijo incorpore este modelo de vínculo y emplee toda su energía psíquica en tratar de controlar esta experiencia en su interior, lo que trae como consecuencia una serie de síntomas que pueden oscilar entre el cansancio, la falta de energía, la depresión e incluso malestares somáticos.
Si bien las manifestaciones exacerbadas de violencia resultan impactantes, es necesario reflexionar sobre aquellas interacciones cotidianas de los infantes en las que se confunde el juego con la violencia, porque responden a dos formas diferentes de interactuar con el otro que dejarán su pisada en los vínculos futuros; estas interacciones podrán estar marcadas por la construcción creativa o por el sometimiento, la devaluación y el daño.