Durante muchos años, se ha dedicado tiempo al conocer, al desarrollo de la dimensión cognitiva, y se ha desatendido otras dimensiones básicas del ser humano, como la afectiva, la moral y la cívica, incluso de la espiritual o trascendental. Uno de los propósitos de la educación es: formar a personas, o promover el desarrollo integral de la persona y su capacidad para transformar la sociedad, pero se ha olvidado en este proceso.
No basta, con sólo formar a personas que tengan recursos para adquirir conocimientos, sino que muestran además calidad en sus comportamientos. Y esto no es más que educar en habilidades, actitudes y valores. En efecto, todos conocemos que para ser virtuosos y realizarse como personas se debe analizar actitudes y valores de nosotros mismos y de los demás, hay que elaborar conjuntamente las normas de convivencia para comprender el significado de las normas sociales, hay que vivir estos contenidos, creando espacios de reflexión, debate y acción, favoreciendo la comunicación, el intercambio de opiniones, la expresión de sentimientos, la aceptación de la diferencia, el respeto mutuo y la construcción de acuerdos.
Por lo tanto, estos objetivos sólo se lograrán con el compromiso de todos los miembros de la comunidad educativa, especialmente del docente, y, por supuesto, con apoyo de la familia, de las instituciones políticas y de la sociedad civil. Educar para la vida es brindar recursos personales y sociales para desenvolverse en una sociedad en constante cambio, para adaptarse a contextos multiculturales, para comprender las posibilidades de la globalización, para manejarse adecuadamente y con espíritu crítico con las nuevas tecnologías en la sociedad de la información y del conocimiento, para desarrollar el sentido de ciudadanía o responsabilidad, para aprender a convivir con la diferencia, para afrontar los conflictos desde el diálogo, para desarrollar el pensamiento crítico, para saber manejarse sin dejarse manipular en las redes sociales, para asumir la conciencia y responsabilidad de formar parte de la sociedad y para trabajar por la construcción de un mundo más justo y solidario.
Si la educación puede aprovecharse para enfocar la vida de cada persona, cualquiera que se dedique profesionalmente a ella está obligado a conocer la realidad social en la que vive; a conocer los principales problemas de la sociedad y los elementos que la caracterizan. De hecho, la sociedad demanda de las instituciones educativas que forme a personas íntegras y buenos ciudadanos, que eduque para la vida plena de cada uno y de todos, y que lo haga conforme a su dignidad como persona y a las necesidades del mundo de hoy (Touriñan, 2006).
En síntesis, la educación tiene una función muy importante con respecto a la sociedad, y es que puede ayudarla a tomar conciencia de sus problemas. Por eso no se puede separar la educación de la vida. Nadie ignora que las instituciones educativas están insertas en un mundo social y no pueden, por tanto, sustraerse a esta realidad social. Efectivamente, las condiciones de la sociedad actual, marcadas por la globalización, la revolución tecnológica, la multiculturalidad, la sociedad del conocimiento, la comunicación virtual, el nuevo papel de la mujer, las redes sociales, entre otros., requieren el desarrollo de estrategias que favorezcan la integración de valores nuevos desde el contexto familiar. Estos cambios van modificando nuestro modo de ver la vida, van modificando las creencias, costumbres, valores. La familia, la escuela y la sociedad civil afrontan la tarea de la educación en valores como la responsabilidad compartida en la que cada agencia tiene su papel (Touriñan, 2006).