Una de las principales críticas en la pedagogía, que obliga a re-pensar toda la lógica del proceso de enseñanza y aprendizaje, gira en torno a la afirmación de que no es posible transmitir conocimientos de una persona a otra. Algunos autores sustentan que no es posible porque la transmisión unilateral de información que luego es memorizada y repetida, no constituye un hecho educativo ni produce conocimiento. No es posible, además, porque el conocimiento es siempre un proceso activo en el que las personas accedemos a la nueva información desde los datos que ya tenemos, desarrollando procesos de identificación, asociación, simbolización, generalización, reafirmación o negación entre los viejos conocimientos y las nuevas informaciones.
En este sentido, frente a la pregunta en torno a ¿cuál es la posición docente frente al proceso de enseñanza-aprendizaje? Se reflexiona frente a esta interrogante que el docente, es un estimulador de las cosas que los estudiantes tienen. Y si no las tiene, tratar de despertarlas. Por de pronto los paradigmas que existe actualmente, es que el aprendizaje se concibe como una tarea creadora, en la que se construye y reconstruye conocimiento, pero, principalmente, en la que nos construimos como personas, como sujetos capaces de pensar, de sentir, de hacer y de transformar. Entonces ¿cómo se logra una enseñanza desde esta perspectiva del aprendizaje?
Pensar al docente en su rol como desafiador supone identificarlo como actor en el proceso de enseñanza, es decir, un sujeto activo y comprometido con las personas con quienes trabaja, con su contexto, sus dilemas, sus opciones y alternativas posibles. Por eso, tal vez el primer desafío viene por parte de los estudiantes hacia los docentes. Son ellos quienes nos desafían con sus preguntas, sus intereses, sus conocimientos, afirmaciones o negaciones sobre los contenidos a trabajar, su percepción sobre nosotros: sobre nuestro rol, nuestras capacidades o nuestros comportamientos. Ahora bien ¿cuándo el estudiante puede desafiar al docente? Desde acuerdo con los autores Mazeo y Romano señalan: “Cuando el alumno puede cambiar el marco y experimentar con las herramientas que domina, estará efectuando sus verdaderos progresos.”
Por ende, sentirse desafiados por los estudiantes, es quizás la primera actitud democrática que podemos poner en práctica para generar condiciones y disposiciones de aprendizaje. Lo hacemos cuando se asume y promueve una actitud dialógica, generando las posibilidades para el aprendizaje, cuando se admiten que no se sabe absolutamente todo sobre los contenidos a tratar; cuando se acepta que los educandos tienen sus saberes, sus interrogantes y sus exigencias; pero, a la vez, cuando se sabe que se puede enfrentar este desafío porque nos hemos preparado lo mejor posible: que tenemos criterios, herramientas y procedimientos para abordar con creatividad y rigor el tema en cuestión.
En síntesis, asumir y promover una actitud dialógica, antes que declarativa y prescriptiva, se constituye en una actitud docente construida en el tiempo. Los modos que asuma el desafío de enseñar y aprender se construyen, se resignifican y recrean en estrecha interacción de estudiantes y docentes. Se pueden desafiar al grupo, con preguntas y materiales de apoyo para incorporar más elementos de información y nuevas perspectivas; cuestionando sus afirmaciones o negaciones; generando debate en torno a sus percepciones; aportando nuevos contenidos desde nuestro dominio del tema; contribuyendo a sintetizar ideas; conduciendo un proceso de reflexión progresivamente más complejo o profundo; incentivando la capacidad crítica, la búsqueda, la investigación y la construcción de aprendizajes individuales y colectivos de los cuales también nos beneficiamos.