La formación pedagógica del docente universitario debería pasar por beneficiar en el debate, la construcción de unas bases reales sobre las cuales construir los proyectos ligados a proyectos de formación intentando eliminar al mismo tiempo los procesos de atomización, gremialismo e individualismo en el trabajo profesional.
También es preciso apoyar la experimentación y la difusión de materiales de grupos más reducidos y homogéneos, aunque sean de carácter interfacultativo, y con proyectos parciales, en la línea de proporcionar referencias y elementos de dinamización que surgen del profesorado. Otras acciones en este sentido deben estar encaminadas a favorecer la formación de equipos más homogéneos donde sea posible un mayor avance, mediante medidas concretas.
Tenemos de superar la dependencia profesional esperando que otros hagan por nosotros las cosas que no harán. La mejora de la formación está en parte en establecer los caminos para ir conquistando mejoras pedagógicas, laborales y sociales y, también, en el debate entre el propio colectivo profesional.
La labor docente universitario, y por tanto su formación, se genera dentro de esa institución, en ese contexto con las personas que intervienen en los procesos y que deberían colaborar estrechamente para reflexionar en la acción sobre los aconteceres profesionales de su teoría práctica; como dicen Carr y Kemmis (1988, p. 67), se ha de realizar un esfuerzo «orientado a mejorar la racionalidad y justicia de sus propias prácticas educativas y sociales; la comprensión de dichas prácticas y las situaciones en que éstas se desarrollan». Y aquí la formación tiene un trabajo extra más allá de enseñar a planificar, rutinas docentes, o estrategias de enseñanza.
La razón de los contenidos y/o conocimientos concretos que deben estar presentes en el currículo de formación pedagógica orientada a la reflexión ha constituido durante los últimos veinte años un tema candente en el campo de la formación docente. Durante estos últimos años hemos asistido a un rico debate en el que han confluido multitud de propuestas y enfoques diferenciados acerca de la estructura y componentes disciplinares que deben conformar el currículum profesional del docente.
La formación de docentes, al igual que todo procedimiento intencional de producción y transmisión de saberes y habilidades, es un proceso de enseñanza-aprendizaje con el que se intenta conseguir algún efecto (finalidades de la formación); en el que se pretende transmitir conceptos, teorías y desarrollar, destrezas o habilidades didácticas (contenidos de la formación); donde los contenidos se tratan de vehicular a través de determinadas acciones (actividades de enseñanza-aprendizaje); y en el que se comprueban los resultados obtenidos con finalidades pedagógicas y/o de certificación (evaluación).
Es importante destacar, que aunque en todo programa de formación pedagógica están presentes de manera formal esos cuatro elementos estructurales, pueden existir programas sustancialmente diferenciados en función de cómo esos elementos se relacionen y materialicen. Esa configuración final vendrá determinada, en última instancia y entre otros factores, por el modo o de formador que se formule como deseable y, por tanto, por la orientación conceptual que se utilice como marco configurador del diseño y desarrollo del currículo de formación de docente.
En resumen, la enseñanza reflexiva no supone la simple presencia de un pensamiento no rutinario que se relaciona directamente con la acción sino que su verdadera esencia reside en la incorporación a esa forma de proceder de una perspectiva de análisis que incluye siempre las implicaciones sociales, económicas y políticas de la tarea docente.
El auge de la tecnología (sobre todo de los grandes medios de comunicación e información), el crecimiento de la ciencia social, la crítica al método científico tradicional, el concepto de ciencia, la condición posmoderna con el cuestionamiento de los más importantes metarelatos, las nuevas actitudes sociales, el debate sobre qué debe enseñarse, la formación permanente de los individuos, el neoliberalismo galopante, los nuevos medios formativos, todo ello, desconcierta e influye en la Universidad y su análisis debería servir de inquietud para superar la desmovilización, el tutelamiento, el estancamiento y ciertas rivalidades.
La universidad no puede marginar el necesario auto renovación y ello lo han de hacer, predominantemente, los que trabajan en ella, no los decretos y las leyes. La formación debería ser un revulsivo y un arma importante de ese auto renovación.
La formación en la docencia universitaria ayudará al profesorado a:
- Contribuir al desarrollo y a la difusión de conocimientos cuestionando la legitimación oficial del conocimiento o de todo conocimiento mecanicista, estrecho e insuficiente, y la necesidad de poner en contacto a la comunidad con los diversos campos y vías del conocimiento, de la experiencia y de la realidad.
- Desarrollar una formación crítica y transformadora.
- Estar abierto a los cambios de todo tipo.
- Desarrollar una autoformación.
- Implicarse en los temas socioculturales y políticos. Tema muy importante y también muy olvidado.
- Mantener una estrecha vinculación teoría‑práctica docente.
Se debería generar una dialéctica conflictiva entre el profesorado universitario, para entrar a debatir a fondo la adecuación universitaria a la sociedad, sobre la función cultural que se ejerce, sobre el compromiso social necesario y sobre la difusión del conocimiento académico. Y cómo la formación puede favorecer ese debate. Ello implica realizar un análisis crítico de lo que se está realizando en las aulas universitarias y asumir la capacidad de generar nuevas alternativas.