El aula de clases es un lugar de aprendizaje de capacidades cognitivas y socio-emocionales, entre otras. La deficiencia de capacidades cognitivas se plasma en bajos resultados académicos, mientras la falta de capacidades socio-emocionales se materializa en la aparición de conflictos, generalmente interpersonales, que normalmente acaban reflejados en las quejas manifestadas por escrito por los docentes en forma de partes o amonestaciones disciplinarias.
No se puede hablar por separado de rendimiento académico y de convivencia: que estos forman parte de un único currículo, si se logra entender como un instrumento al servicio de una formación integral y de desarrollo personal equilibrado. Aproximadamente todos los conflictos presentes en las aulas de clases son un reflejo de la ausencia de competencias socio-emocionales: las faltas de acatamiento y autocontrol, agresividad, desmotivación, ausencia de límites, son ejemplos de los problemas que caen absolutamente dentro del ámbito de lo socio-emocional. Desde este punto de vista, deben ser contemplados como señales de carencias competenciales y ser considerados como ocasiones aprovechables para educar y entrenar socioemocionalmente a los estudiantes mediante la corrección sistemática de conductas y actitudes inadecuadas.
Estas carencias sólo pueden ser corregidas mediante actuaciones debidamente planificadas, que persigan no sólo la resolución de conflictos, sino el fortalecimiento de actitudes y hábitos sanos de convivencia, que sean transferibles a la vida extra-escolar. Y sin embargo, nos solemos encontrar con un abandono casi absoluto de la vertiente formativa socio-emocional.
Mientras los estudiantes están perturbados, los auténticos expertos en afrontamiento de conflictos, tras ver pasar ante sí una multitud de docentes con los más variados estilos, se adaptan funcionalmente al aula de clases, actuando en equipo, apoyándose mutuamente y adoptando conductas funcionales de carácter táctico, los docentes suelen actuar en solitario y mediante conductas improvisadas e intuitivas, frecuentemente disfuncionales. Se da la paradoja de que, mientras los estudiantes sí exponen sus conductas eficaces para los propósitos que persiguen, muchos docentes hacen justamente lo contrario, emitiendo conductas que refuerzan la prohibición de las conductas disruptivas de sus estudiantes.
Ahora, podemos hablar del docente-entrenador. El docente puede aprovechar cada conflicto para introducir breves refuerzos socio-emocionales que entrenen habilidades intra e interpersonales incompatibles con los conflictos y la disrupción: como cada falta de autocontrol es una ocasión para introducir un refuerzo de autocontrol; cada insulto o intimidación, una ocasión para introducir un refuerzo de respeto y adopción de perspectivas; cada actitud apática detectada, una ocasión para entrenar la automotivación o fuerza de voluntad; y así con la empatía, la responsabilidad o la autoestima.
Se pueden seguir diferentes vías a la hora de abordar contenidos de educación socio-emocional en el aula:
- Intervenciones ocasionales intuitivas e improvisadas.
- Inclusión curricular.
- Materias específicas.
- Tratamiento interdisciplinar.
- Tratamiento tutorial.
- Refuerzo socio-emocionales o estrategias-flash.
Sin embargo, a excepción de la primera, todas pueden ser válidas y complementarias, conviene hacer especial énfasis en la última, por ser la de mayor potencial y capacidad de transferencia, además de ser la que mejor se ajusta a los principios (simplicidad, método inductivo, transversalidad, etc). Es curioso que la primera, que es la que mayores deficiencias presenta, sea la más utilizada en la práctica, y que la última, quizá la más útil y sencilla, sea la menos empleada.