El proceso de educar, tiene la esencia del docente-estudiante. Y en su forma más trascendental: Maestro-discípulo. Existen principios básicos en este hecho, como dos protagonistas: Un maestro calificado que puede y quiere enseñar y, un discípulo que anhela aprender.
Hay que reconocer que la educación coeducadora, no existe como tal. Hoy por hoy, es un proyecto de futuro, cuya meta es educar a los estudiantes en relación cooperativa, y no como sucede en los centros educativos, educandos en un mismo espacio, pero en planos desiguales y en posiciones jerarquizadas. De hecho, por mucho que se predique la igualdad, cualquier análisis de lo que sucede pone en evidencia que el entramado de relaciones, expectativas, presiones, intereses, entre otros. Así, en las relaciones entre los estudiantes, observamos el comportamiento suelen ser agresivo, en lugar del respeto y el diálogo, es habitual detectar la fórmula de dominio-sumisión entre los iguales, que acaban siendo desiguales por la fuerza de la inercia.
Es esta una concepción jerarquizada, especialmente agravada en las relaciones hombre-mujer, que se sigue reproduciendo de manera acrítica a través de un complejo sistema de roles y estereotipos. En el caso de los estereotipos sexistas, la observación y la experiencia nos dicen que siguen transmitiéndose de manera eficaz y que en los centros existe un conflicto de género que se revela en hechos tan cotidianos como la escasa cooperación en el aprendizaje, lo poco que los estudiantes comparten, los espacios, intereses, aficiones, entre otros, e incluso, en ese malestar difuso que aparece entre el profesorado cada vez que el tema sale a colación.
Por el contrario, un modelo de escuela coeducativa existiría si es capaz de proporcionar oportunidades reales y equitativas al estudiantado, que priorizara métodos como la cooperación, la negociación y el intercambio de saberes, y en el que cada pieza tuviera su reconocimiento, su espacio y su tratamiento. Es decir, un modelo que integrara positivamente las diferencias y que propiciara una relación armónica entre hombres y mujeres sin dejar espacio alguno a la violencia. No obstante, la institución educativa actual vive una situación confusa, una crisis que se manifiesta en todos los aspectos educativos y cuyas raíces deben buscarse tanto en la falta de referentes válidos que sufre nuestra sociedad, como en el descrédito que desde hace años arrastra el modelo educativo magistral, sobre todo, en lo que respecta a la pedagogía punitiva-sancionadora que lo sustentaba, considerada hoy obsoleta.
En síntesis, actualmente el ámbito educativo está en desconcierto, la ausencia de diálogo entre los géneros parece haberse sustituido por un diálogo conflictivo. Este desencuentro entre las actitudes de unas y otros queda reflejado perfectamente en las contradicciones y en los cambios de contenido y valoración que hoy sufren los estereotipos sexuales tradicionales; lo que sin duda nos prueba que la redefinición que en la actualidad se está produciendo en los géneros es realmente significativa.