En los años 80 y 90 estudiar en la universidad era sinónimo de prestigio: un diploma movilizaba socialmente, mejoraba las oportunidades laborales y los ingresos familiares. No obstante, en las últimas décadas la situación ha cambiado; un título de pregrado ya no es un diferenciador en el mundo laboral, porque casi la mitad de las personas están vinculados a la educación superior, según las cifras oficiales.
Muchas familias hacen un gran esfuerzo económico por graduar a sus hijos de la universidad; sin embargo, cuando los jóvenes reciben las credenciales se encuentran en un mercado muy competido que no necesariamente les ofrece las oportunidades salariales y laborales que esperaban.
Para superar estas brechas entre inversión educativa y salario laboral, hay que comprender las transformaciones del mercado y adaptarse a las nuevas dinámicas laborales, cada vez más competitivas. Según especialista de la IFC del Banco Mundial, para lograrlo es necesario que haya diálogo entre las empresas y las universidades para que la educación superior responda a sus necesidades.
Si bien es cierto, estudiar un pregrado en la universidad ya no es suficiente, sí hay una relación directa entre el nivel de formación y los indicadores laborales de los recién graduados, tanto de ingresos, como de oportunidades para conseguir empleo. De acuerdo con los indicadores que se realizan desde 2007 el Observatorio Laboral y el Ministerio de Educación, la conclusión es simple: entre más inversión se haga en especializaciones, maestrías y doctorados, se tiene mayor retribución salarial y mejores oportunidades.
En sintesis, como señaló Emiliana Vegas, jefe de la División de Educación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la educación no solo necesita preparar para el trabajo, sino también ser un vehículo que permite la movilidad social, para que los egresados puedan ganarse la vida de forma digna.