La apatía y el bajo interés son interpretados y afrontados por los docentes de distintos modos. Algunos piensan que el contexto familiar y social no favorece la motivación de los estudiantes porque éstos no ven que se valore el esfuerzo y la adquisición de capacidades y competencias, algo que a menudo es cierto. Frecuentemente se escucha: «Hoy a nuestros estudiantes sólo les interesa aprobar, y con el menor esfuerzo posible.» Pensar así, involucra la responsabilidad de su escaso interés y de la baja motivación a las actitudes personales con que acuden a la escuela y a factores externos a ella.
Esto realmente acarrea una doble consecuencia. Primero, que muchos educadores piensen que es poco lo que pueden hacer frente a un contexto que escasamente, o en nada, favorece el interés por el aprendizaje; por lo que algunos terminan dejando de esforzarse por intentar motivar a sus educandos. Y, segundo, que su autoestima profesional y la valoración que hacen de su profesión se vuelvan más negativas al verse incapaces de conseguir los logros educativos que deben constituir el acicate para su trabajo diario. Otros docentes, en cambio, abordan el problema preguntándose: ¿Cómo puedo lograr que mis educandos se interesen por aprender y pongan el esfuerzo necesario?
Formularse esta pregunta no significa negar que el contexto social y cultural en que crecen los estudiantes hoy ejerce un efecto notable sobre su interés y su motivación por aprender. Pero implica reconocer que, a pesar de todo, el contexto escolar, definido y controlado en gran medida por la actuación del educador, afecta de modo importante a la forma en que se enfrentan a su trabajo en el aula y que, por consiguiente, merece la pena tratar de conocer qué características debe adoptar la propia actividad docente para que los estudiantes se interesen por adquirir los conocimientos y capacidades cuya consecución les propone la institución educativa.
Los estudiantes no están motivados o desmotivados en abstracto. Si se examinan las pautas de actuación de educadores a lo largo de una clase, pueden observarse variaciones notables de unos a otros en una serie de características que se comentarán más adelante. Estas variaciones definen contextos de aprendizaje cuyo significado para los estudiantes, es también distinto. No es lo mismo comenzar una clase planteando un interrogante que despierte la curiosidad, que pedir a los alumnos directamente que saquen los libros y comiencen a leer, o decir «hoy nos toca el tema…» y empezar después una exposición de tipo magistral, o señalar que deben prestar atención porque el contenido de la clase aparecerá en la próxima evaluación. Sin embargo, los contextos creados por los profesores tampoco motivan o desmotivan por sí solos.
En síntesis, la interacción entre los contextos creados por los docentes y las características con las que estudiantes abordan el trabajo escolar no es estática sino dinámica. Un educando puede comenzar una actividad propuesta por el docente con sumo interés y, al poco rato, dejar la tarea y ponerse a hablar con los compañeros. ¿Qué ha producido este cambio?
Es decir, se han de considerar las implicaciones de la interacción entre las actuaciones del docente, la respuesta del estudiante, los efectos, paso a paso, de las formas en que éstos acometen sus asignaciones, los modos de apoyo e intervención del educador a lo largo y después de éstas, entre otros. Si no se toma la reflexión desde esta perspectiva, se puede llegar a conclusiones equivocadas sobre el valor de las distintas formas de encarar la enseñanza.