El uso de la tecnología por parte de los jóvenes en el aula se ha convertido en un tema central en la discusión educativa contemporánea. Livingstone (2019) sostiene que los adolescentes tienen un acceso cada vez más temprano y constante a dispositivos digitales, lo que redefine la manera en que aprenden e interactúan con el conocimiento. No obstante, esta exposición no siempre implica un uso responsable, lo que genera riesgos de distracción, sobrecarga cognitiva y dependencia tecnológica. Guiar a los jóvenes hacia un uso correcto en el salón de clases es una tarea esencial que implica tanto estrategias pedagógicas como marcos éticos.
La alfabetización digital crítica se presenta como una de las principales herramientas para orientar a los estudiantes. Según Buckingham (2015), no basta con enseñar habilidades técnicas, sino que es necesario formar la capacidad de interpretar, cuestionar y evaluar la información que circula en el entorno digital. Esta competencia permite a los jóvenes distinguir entre fuentes confiables y contenidos manipulados, fortaleciendo su autonomía intelectual. La institución educativa, en este sentido, tiene el deber de formar ciudadanos digitales capaces de usar la tecnología como medio de aprendizaje y no como un fin en sí mismo.
El rol del docente es fundamental en este proceso de acompañamiento. Ertmer & Ottenbreit-Leftwich (2020) señalan que los docentes actúan como mediadores entre el potencial de la tecnología y la práctica pedagógica, estableciendo límites y promoviendo un uso ético de los recursos digitales. Esto implica diseñar actividades donde la tecnología se utilice con un propósito claro, evitando caer en prácticas de consumo pasivo. Cuando los docentes promueven un uso consciente, los estudiantes desarrollan habilidades metacognitivas que les permiten reflexionar sobre sus propias interacciones tecnológicas.
Otro aspecto clave es la educación en ciudadanía digital. Ribble (2015) propone un marco de nueve elementos que incluyen el respeto, la responsabilidad y la seguridad en entornos digitales. En el aula, esto se traduce en enseñar a los estudiantes cómo interactuar con respeto en plataformas en línea, proteger su identidad y comprender las consecuencias de sus acciones en el ciberespacio. Fomentar estas prácticas contribuye no solo al aprendizaje académico, sino también a la formación ética y social de los jóvenes en una sociedad hiperconectada.
La motivación es un factor determinante para orientar el uso correcto de la tecnología. Ryan & Deci (2020) destacan que el aprendizaje significativo surge cuando se satisfacen las necesidades de autonomía, competencia y relación social. En este sentido, los docentes deben diseñar experiencias tecnológicas que despierten la curiosidad y la creatividad, permitiendo a los jóvenes apropiarse de las herramientas para construir conocimiento. Un estudiante motivado percibe la tecnología como un recurso que potencia sus capacidades, no como un distractor.
El uso correcto de la tecnología también requiere considerar la salud física y mental de los jóvenes. Twenge (2017) advierte que la sobreexposición a pantallas puede generar problemas de sueño, ansiedad y aislamiento social. En el aula, esto se traduce en la necesidad de establecer tiempos equilibrados de exposición digital, combinando actividades tecnológicas con dinámicas colaborativas presenciales. Este balance no solo favorece el aprendizaje, sino que también contribuye al bienestar integral de los estudiantes.
La participación de las familias resulta imprescindible en la tarea de guiar a los jóvenes. Clark (2013) subraya que los padres y cuidadores deben involucrarse en el acompañamiento digital, estableciendo normas claras de uso y promoviendo conversaciones abiertas sobre riesgos y beneficios. Cuando la escuela y la familia trabajan en conjunto, los estudiantes reciben un mensaje coherente sobre el valor del uso responsable de la tecnología. De esta manera, se construye una red de apoyo que fortalece la capacidad de los jóvenes para autorregular sus prácticas digitales.
En síntesis, guiar a los jóvenes hacia un uso correcto de la tecnología en el aula implica un esfuerzo multidimensional que abarca la alfabetización digital crítica, la ciudadanía digital, la motivación, la salud y el acompañamiento familiar. Como afirma Selwyn (2021), la educación tecnológica no debe centrarse únicamente en el dominio de herramientas, sino en la construcción de un pensamiento crítico y ético. Solo así será posible que la tecnología se convierta en un aliado para el aprendizaje y no en un obstáculo para el desarrollo integral de los estudiantes.
Referencias
Buckingham, D. (2015). Defining digital literacy. Nordic Journal of Digital Literacy, 10(Jubileumsnummer), 21–35.
Clark, L. S. (2013). The parent app: Understanding families in the digital age. Oxford University Press.
Ertmer, P. A., & Ottenbreit-Leftwich, A. T. (2020). Teacher technology change: How knowledge, confidence, beliefs, and culture intersect. Journal of Research on Technology in Education, 42(3), 255–284.
Livingstone, S. (2019). Audiences in an age of datafication: Critical questions for media research. Television & New Media, 20(2), 170–183.
Ribble, M. (2015). Digital citizenship in schools: Nine elements all students should know. ISTE.
Ryan, R. M., & Deci, E. L. (2020). Self-determination theory: Basic psychological needs in motivation, development, and wellness. Guilford Press.
Selwyn, N. (2021). Education and technology: Key issues and debates. Bloomsbury Publishing.
Twenge, J. (2017). iGen: Why today’s super-connected kids are growing up less rebellious, more tolerant, less happy—and completely unprepared for adulthood. Atria Books.