Hoy en día, se reflexiona sobre las posibles respuestas a las necesidades educativas de los estudiantes que han sido trasladados de servicios de apoyo fijo o de instituciones educativas de educación especial a escuelas regulares y, a menudo, se ha hecho referencia a los conceptos de integración, participación y adecuación curricular; es decir, de todo un sinnúmero de términos que podrían o no dar sentido a los procesos que se desarrollan en este ámbito, tanto en el país como en el marco mundial.
Muchas veces se escucha en los pasillos de las instituciones educativas, que los docentes asumen su labor más por una cuestión personal que por una profesional, y que el principio del derecho a la educación, lejos de legitimar que todos los miembros de una sociedad participen en igualdad de condiciones y equiparación de oportunidades, sin importar su condición, y que se beneficie de alguna situación en la cual nadie tiene claro lo que se hace en las aulas de clases, a los que asisten los estudiantes con necesidades educativas especiales.
En los últimos años, y como producto de los procesos de globalización y los cambios en los enfoques de la educación especial, los medios educativos han empezado a hablar de inclusión educativa, término que de alguna manera se intenta justificar la falta de claridad en cuanto a lo que se propone desde el Sistema Educativo con respecto a la combinación de un currículo propuesto por las altas jerarquías. No se puede dialogar de inclusión en tanto no se posea un análisis y discusión de los diferentes procesos en que se ha enmarcado la experiencia educativa de las personas con necesidades educativas especiales; así como los procesos de formación de los docentes y otros profesionales relacionados con estas personas.
La historia ha confirmado que no solo es necesario un cambio en el uso de los términos; además, es claro que lo que funciona en una situación o país, no necesariamente debe convertirse en moda o ser asumido por otra nación, ni tampoco debe verse como verdad absoluta. Hoy en día, los cambios que se han fundado a partir de la experiencia del ser humano, la cotidianidad y las formas de abordar las realidades estudiadas, obligan a modificar las formas de trabajo, las experiencias y todo aquello que implique un abordaje integral del quehacer profesional docente, en el cual, el entorno se establece como elemento primordial. Por lo tanto, cuando se habla de inclusión, se crean expectativas para todas las personas y grupos que tienen que ver, en su trabajo, con personas que requieren ciertos apoyos para enfrentar no solo su interacción y aprendizaje en el aula, sino también en su familia y comunidad. Es decir, se debe tomar en cuenta todo aspecto relacionado con la cultura en la que se desarrollan las personas.
En síntesis, la Educación Especial ha cambiado su horizonte y por lo tanto, cambia asimismo su forma de favorecer los procesos educativos de las personas con necesidades educativas especiales, pasando de desarrollar procesos asistenciales a procesos en los cuales se respeta la individualidad de las personas, en función de sus necesidades, características e intereses, y se pone énfasis en el entorno, como elemento que favorece o retrasa los procesos de participación de las personas con necesidades educativas especiales.
La educación especial por lo tanto, debe reconceptualizarse a la luz de los procesos de integración, y no se debe imaginar al estudiante con necesidades educativas especiales como aquel que tiene una característica individual o un déficit que le es propio, sino más bien, se debe tomar en cuenta la participación del entorno, las políticas gubernamentales, los aspectos sociales y educativos, que facilitan que las dificultades que la persona experimenta en su desarrollo socioeducativo y emocional continúen obstaculizando su desarrollo.