Existen excelentes razones para defender, que la educación debe propiciar la adquisición de conocimientos. La idea de humanización ha de incluir necesariamente la dimensión cognoscitiva como determinante de nuestra especie. Somos homo sapiens. O, mejor dicho, llegamos a ser homo sapiens si nos educamos, si aprendemos a conocer. Porque conocer forma parte de la esencia del ser humano.
La memoria, la información y la experimentación, son elementos centrales de esta dimensión cognoscitiva que esencialmente ha de estar presente en el ámbito educativo. Los conocimientos ocupan un lugar central en los currículos escolares. Incluso, la idea de educación se ha concluido reduciendo a la de enseñanza y ésta a la de una instrucción centrada en los conocimientos. La confianza en el papel liberador de los saberes ha llevado a que éstos hayan llegado casi a monopolizar los tiempos y los espacios escolares.
La disciplina de las disciplinas limita lo que se debe hacer en las aulas de clases y casi define el horizonte de lo que se puede hacer en ellas, privilegiando lo epistemológico sobre cualesquiera otras dimensiones educativas. Dime qué evalúas y te diré qué enseñas. El resultado es fácil de adivinar: a lo que más valor se asigna en la evaluación es a lo epistémico, por tanto, no es difícil suponer que los saberes siguen siendo los contenidos considerados como más valiosos en los currículos escolares efectivos.
Sin embargo, si conocer puede exhibirse, como un objetivo nuevo en la acción educativa es porque se puede redefinir su lugar en los sistemas educativos y porque se puede revisar su sentido y su justificación. Conocer es una finalidad clave de la acción educativa. Pero, no, debemos seguir presos en la alucinación de su ubicuidad. El predominio de lo especulativo en la educación viene de lejos, quizá de Platón. Los saberes son especialmente propicios para llenar lo escolar. Pero la educación puede y debe ser mucho más que la transmisión de conocimientos. Con ser esto importante, no es lo único importante. Humanizar no es sólo instruir. Se puede aprender más cosas que conocimientos.
Educar para comprender, debiera ser también, educar para desear conocer. Reconquistar el placer de descubrir y aprender es vital en el ámbito educativo. Las apatías del predominio de lo epistémico en los espacios y los tiempos escolares han hecho que la experiencia de aprender saberes acabe siendo sólo un medio para un fin ignorado que se sitúa en un futuro perfecto, pero vitalmente lejano. Sin embargo, el placer de conocer ha de ser un motivo de felicidad en el presente continuo. Recuperar esta dimensión no instrumental del conocimiento supone dar una nueva justificación y un nuevo sentido a esta primera finalidad educativa.
En síntesis, es importante aprender conocimientos, pero este aprendizaje quedará privado de sentido si no se asume que conocer es, principalmente, un fin en sí mismo. Conocer es un fin educativo diferenciado porque permite obtener recompensas inmediatas en el disfrute de un entorno que, por el saber, se va haciendo cada vez más inteligible y más interesante. Porque es, propio de los seres humanos disfrutar conociendo es por lo que tiene pleno sentido educar para conocer.