
Por otro lado, en los textos jurídicos de algunos países, persiste esta terminología y se usan términos como incapacitación, incapacidad, discapacidad, invalidez, minusvalía y dependencia. Conscientes de que el lenguaje produce, modifica y orienta el pensamiento, ciertos organismos relacionados con el mundo de la diversidad funcional han intentado acusar nuevos términos, en busca de una nueva visión social de este colectivo.
En su último intento, la Organización Mundial de la Salud (OMS), promocionó la denominada Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF), la cual propone el siguiente esquema conceptual para interpretar las consecuencias de las alteraciones de la salud:
Déficit en el funcionamiento: es la pérdida o anormalidad de una parte del cuerpo o de una función fisiológica o mental.
Limitación en la actividad: son las dificultades que una persona puede tener en la ejecución de las actividades.
Restricción en la participación: son problemas que una persona puede experimentar en su implicación en situaciones vitales.
Barrera: son todos aquellos factores ambientales en el entorno de una persona que condicionan el funcionamiento y crean discapacidad.
Discapacidad: se referirse a los déficit, las limitaciones en la actividad y las restricciones en la participación.
En síntesis, es importante señalar que una persona se asocia en el colectivo de las mujeres y hombres con diversidad funcional, cuando no puede realizar las mismas funciones de igual manera que la mayoría. Si la mayoría de los seres humanos, por ejemplo, no viéramos, seriamos diferentes a lo que somos y, probablemente, tendríamos el olfato y el tacto mucho más desarrollados. Por lo tanto, la manera en que construimos nuestro entorno depende de lo que nos han enseñado que es normal, en sentido estadístico, y esta normalidad va cambiando con los tiempos. No debemos olvidar que lo normal es una ficción estadística de carácter instrumental.