Cuando se habla de evaluación, la mayoría de los involucrados en el proceso de enseñanza-aprendizaje, lo asocia como la «piedra» de la enseñanza, en el sentido de que pone a prueba la autenticidad, la fuerza y la coherencia de los principios pedagógicos que aparentemente la guían.
Realmente, se necesita que el estudiante vea a su docente, a su educador, como un orientador, como alguien de su lado, que le está ayudando a conocer el mundo, a aprender, a explorar, a desarrollar saberes y habilidades. Pero la función calificadora dificulta esta relación educador-educando, pues no se puede ser tan sincero y abierto sobre la propia ignorancia con quien va a poner una nota. Una nota que, finalmente, concluirá si se aprueba o reprueba un curso, con todas las consecuencias que ello tiene.
Por eso nos parece importante minimizar la función evaluadora-calificadora del docente, creando en el aula de clases un clima totalmente diferente al actual. Un clima donde el docente se reconozca más y sea reconocido por sus estudiantes como conocedor en un viaje difícil pero interesante, y que los educandos deseen hacer el viaje del conocimiento, la travesía del saber. Así, el docente es el que supervisa rutas, aporta instrumentos, sugiere estrategias, aceptando que los estudiantes están en un proceso de crecimiento y desarrollo, y que nadie, ni siquiera él mismo, domina por completo todo el amplio campo del viaje.
Como parte de su ayuda, el docente señala los errores y aciertos a los viajeros, y les orienta para superar insuficiencias. Pero se aleja de la obsesión evaluadora, de los cuadros llenos de números, al final reducidos a una sola cifra el cual se supone que resume en sus dos dígitos todo lo que cada aprendiz realizó.
En síntesis, verse como conocedor en vez de como magistrado realza la función educadora del docente. Y se expresa en el trato diario con los estudiantes, en la manera como maneja sus errores, en las oportunidades que les ofrece para superarlos, en el carácter temporal e inconcluso que da a toda evaluación, en la minimización que hace de la función evaluadora como tal.
Desde luego, siempre está presente cierto rol irrenunciable. Sin embargo, creemos que con una propuesta pedagógica abierta, variada y vinculada a la vida de los estudiantes, muy pocos deberían ser reprobados. Ofreciéndoles el ambiente, los instrumentos y las propuestas del trabajo que les permitan triunfar en el aprendizaje.