En la actualidad, el conocimiento ya no se produce exclusivamente en laboratorios aislados ni persigue únicamente el entendimiento puro del mundo. En cambio, nos encontramos inmersos en un paradigma donde la ciencia y la tecnología convergen de manera inseparable: hablamos de la tecnociencia. Este concepto, que ha cobrado fuerza desde finales del siglo XX, redefine cómo se produce, legitima y aplica el conocimiento en nuestras sociedades. Según Echeverría (2003), vivimos en una era tecnocientífica, donde las fronteras entre saber teórico y aplicación práctica son cada vez más difusas.
A diferencia de la visión clásica que dividía la ciencia como conocimiento «puro» y la tecnología como simple aplicación, la tecnociencia reconoce su hibridación desde el origen. Por ejemplo, los avances en física de partículas no serían posibles sin desarrollos tecnológicos como los aceleradores del CERN. Esta simbiosis evidencia que los dispositivos, métodos computacionales e instrumentos forman parte activa de la producción científica. Latour (2001), en su teoría del actor-red, ya había anticipado esta convergencia al señalar que humanos y no humanos co-participan en la construcción del conocimiento.
Asimismo, la tecnociencia se caracteriza por estar orientada a resultados, con implicaciones comerciales, estratégicas y sociales. La investigación ya no se mueve solo por curiosidad académica, sino por intereses corporativos, demandas sociales o políticas públicas. Jasanoff (2004) ha abordado esta dimensión al hablar de la co-producción del saber y el orden social, subrayando que la ciencia tecnocientífica no es neutra: moldea y es moldeada por el poder, la economía y la cultura.
La integración de múltiples disciplinas es otro rasgo importante. Campos como la biotecnología, la inteligencia artificial, la nanotecnología o la neurociencia operan en entornos de conocimiento interconectado. Esta transdisciplinariedad genera no solo innovaciones, sino también nuevas preguntas éticas. Haraway (1991), con su concepto de conocimiento situado, denunció la falsa objetividad de la ciencia moderna y evidenció cómo el género, la cultura y la tecnología influyen en la producción de saberes.
Además, la tecnociencia implica una pluralidad de actores más allá del científico tradicional: Estados, corporaciones, ONGs, usuarios y plataformas digitales participan activamente. Este fenómeno democratiza ciertos aspectos de la innovación, pero también intensifica las disputas por el control del conocimiento y sus beneficios. Tal como señala Echeverría (2000), la tecnociencia es el eje de una nueva economía del conocimiento, donde la información se convierte en poder estratégico.
Las implicaciones sociales de este nuevo régimen del saber son profundas. Desde la vigilancia biométrica hasta las vacunas de ARNm, pasando por los algoritmos de recomendación, la tecnociencia moldea nuestras decisiones, cuerpos y vínculos sociales. Por ello, la alfabetización científica debe incluir hoy la comprensión crítica de los procesos tecnocientíficos, sus actores y sus consecuencias. No basta con entender el qué de la ciencia, sino el cómo, quién y para qué.
Cabe señalar que la tecnociencia no es solo un concepto descriptivo, sino también normativo. En otras palabras, invita a repensar el rol de la ética, la ciudadanía y la justicia en la innovación. La necesidad de una gobernanza responsable de la tecnociencia es hoy más urgente que nunca, y requiere puentes entre disciplinas, sectores y culturas. Como plantea Jasanoff (2016), debemos imaginar nuevas formas de responsabilidad colectiva frente a las tecnologías emergentes.
En síntesis, la tecnociencia no es una moda académica, sino el lenguaje mismo del mundo contemporáneo. Comprenderla nos permite ver más allá del brillo tecnológico y abrir espacios de deliberación sobre el futuro que queremos construir. Como sociedad, tenemos el desafío de humanizar la tecnociencia, orientarla hacia el bien común y fomentar una ciudadanía crítica y participativa en los procesos de innovación.
Referencias
Echeverría, J. (2003). Ciencia y tecnología. Akal.
Haraway, D. (1991). Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature. Routledge.
Jasanoff, S. (2004). States of Knowledge: The Co-production of Science and Social Order. Routledge.
Latour, B. (2001). La esperanza de Pandora: Ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia. Gedisa.